Nunca se cuidó en las comidas y hasta confesó que fuma desde chica, y sin embargo hoy la posadeña Irene Correa cumple 100 años.
Nada fue fácil en la vida para esta mujer increíble, cuya madre Paula la tuvo en medio de monte y la escondió tres días para que no se enterara su abuelo, un peón rural que trabajaba en el obraje. Paula había quedado embarazada sin estar casada, algo imperdonable para una mujer en aquél entonces.
Hoy Irene cumple un siglo de vida, una vida marcada por el amor y las alegrías, mucho más que los malos momentos. Como si esa adversidad inicial la hubiera hecho más fuerte.
Quizás una de las claves está en que cumple años rodeada del cariño y el amor de sus cuatro hijos, sus nietos y bisnietos, que hoy empiezan una serie de celebraciones en la casa de Junín, casi Alvear, pleno centro de la capital misionera. Tiene una familia chica, pero tan cercana que con un sólo festejo no alcanza. Cada uno quiere hacerle el suyo a Irene.
Algo que lamentablemente no es tan común hoy en día, cuando tantos ancianos llegan a esta etapa final de su vida sin familiares cerca, absorvidos por los tiempos acelerados de la vida moderna, ocupados en “algo más”, olvidando lo importante para correr atrás de lo “urgente” que al final del día es efímero e insignificante.
La historia de Irene
Nació en una chacra de Santo Pipó, un 13 de octubre de 1921, rodeada de monte y yerbales. Pero la anotaron recién unos días después, un 17 de octubre en Corpus. “Soy bien peronista”, aclara.
Aunque el día que nació, esa fecha no significaba nada aún. Perón apenas tenía 26 años y era un joven oficial del Ejército y todavía faltaban otros 24 años más para aquel día fundacional que cambiaría la historia de la Argentina.
Paradójicamente, tuvo la posibilidad de tener cara a cara al presidente de facto Eduardo Lonardi, quien se hizo cargo por unos meses del Poder Ejecutivo cuando asumió la llamada Revolución Libertadora que derrocó a Perón. Lonardi estaba de visita por Posadas y pasó cerca de Irene, que le dijo con firmeza: “Presidente, levante la mano y salude al pueblo”.
Cuando nació Irene, gobernaba Hipólito Irigoyen y todavía faltaban unos años para el primer golpe de Estado que alteraría la vida de la incipiente e imperfecta democracia argentina. En un siglo de vida, Irene lo vio todo. Desde la Segunda Guerra Mundial, con las noticias que llegaban en diarios y radio a Misiones y eran consumidas con avidez en una provincia colonizada por alemanes y otros europeos que tomaban partido abiertamente por ambos bandos.
Ordeñando vacas en Santo Pipó
“Nosotros le llevabamos leche de la chacra a unos suizos”, recuerda, haciendo referencia a una de las colectividades que llegaron primero a Santo Pipó.
Muy delgada, con los ojos vivaces y pícaros, la mujer habla bien bajito y recita de memoria los primeros versos de un libro, “Pinino”, que le dieron y aprendió para siempre en los poquitos días que cursó la escuela primaria.
De chica solo pudo asistir unas pocas semanas a la escuela. Tuvo que volver a la chacra para ayudar en la innumerable cantidad de tareas que hay que realizar a diario, como ordeñar, limpiar el rozado, cocinar o lavar la ropa. Y también cuidar a sus hermanos. Tuvo que aprender sola a leer y a escribir.
Cuenta que come de todo, mucho pescado, porque en aquella época se pescaba en el río y se salaba el pescado para conservarlo. También comió toda su vida, porotos, mandioca, sopa paraguaya, chipa y jamás se cuidó en las comidas. “Fumé desde chica”, afirma. Aunque ese hábito lo dejó hace ya un buen tiempo.
Uno se pregunta, cuál es la clave para vivir tanto tiempo y llegar a esa edad todo lo bien que se puede estar, teniendo en cuenta el paso del tiempo.
Irene vivió una vida de trabajo y familia. Alternando alegrías y malos momentos. Durante varias décadas trabajó en la fábrica de cigarros La Ciba, de la calle Roque Pérez.
Se casó a los 19 años y enviudó en 1963
Se “casó”, aunque nunca formalmente, cuando tenía 19 años con Félix Bejamín Domínguez, el padre de sus cuatro hijos. “Dos guainas y dos gurises”, cuenta (Aurora, Mario, Dora y José). Dos de ellos andan por ahí cerca, y los otros están por llegar. Irene formó una familia pequeña, pero muy unida, que la rodea de cariños y cuidados.
Enviudó 24 años después y ya no se volvió a casar ni a formar pareja. ¿Acaso ahí está una de las fórmulas?, se pregunta uno. Irene está hace más de 50 años soltera.
Así y todo, no vive con ninguno de sus hijos ni nietos, que la visitan todo el tiempo. Tres personas se alternan para ayudarla en los cuidados cuando sus familiares no están rondando por la casa.
Irene está contenta y en su mirada uno advierte la profundidad de tantas vivencias y tantos recuerdos atesorados en 100 años. Los que son para compartir y otros que solamente podrán intuirse o adivinarse a través de esos ojos que vieron pasar una vida muy bien vivida.
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