La Justicia que nos falta: Ponerse en los zapatos del otro

Por Sergio Santiago *

Toda sociedad democrática que se precie como tal, debe dar prioridad a la vigencia de sus instituciones, como base fundamental del desarrollo de la realización de su pueblo en materia de salud, educación e igualdad de oportunidades con diferencia de talentos.

Todos estos objetivos, deben sin dudas encontrar el respaldo y equilibrio en las políticas públicas que llevan adelante los gobernantes y fundamentalmente en un Poder Judicial fuertemente comprometido con el servicio que debe prestar.

¿Cómo se logra una Justicia que funcione mejor?

“Lo más importante no es lo que yo tengo para decir, sino ponerme en los zapatos del otro, el objetivo es generar condiciones para que el otro pueda ejercer su derecho a la comunicación”, decía Thomas Kuhn (“La estructura de las revoluciones científicas” 1962, editorial de la Universidad de Chicago).

La empatía es básicamente eso, “ponerse en los zapatos del otro”. Es una habilidad que nos permite estar conscientes para reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás.

Necesitamos un nivel de pensamiento que nos permita desde un enfoque diferente, encontrar la solución superadora no haciendo “más de lo mismo” para corregir los mismos problemas.

Ese fue el espíritu de una gestión iniciada en 2009 y que a la fecha (a la distancia, pero participando desde otro lugar), advierto -no sin frustración-, que todavía está a medio camino, y sobre todo porque el destinatario final de eso, del mejoramiento de la Justicia, del logro de dar a cada uno lo suyo, aparece aun inasible, lejano, inalcanzable y llega tarde (que a veces es como que no hubiera llegado).

En algunas cosas se avanzó y para bien, en otras todo lo contrario. Pero la credibilidad aún permanece en niveles bajos, y lo que es peor aún el pueblo (ultimo destinatario de que la institucionalidad) sigue no solo insatisfecho, sino descreído y muchas veces inerme.

Frente a esto, la necesidad de la vocación, capacitación, el obrar con experiencia no sólo con conocimientos, el sentido común (que es el menos común de los sentidos), debe volver a ser el eje de replantearse políticas de estado para optimizar una inversión presupuestaria que hoy no se traduce en logros, diluyendo ese esfuerzo.

Los integrantes de ese Poder deben tener como premisa empatizar con el otro, y desde esa visión readecuar el día a día, los planes de corto, mediano y largo plazo, pero con la urgencia de que en el medio no hay números, sino personas, experiencias de vida que no pueden esperar años de proceso.

Diluyéndose allí las mejores intenciones, generando en el mientras tanto, peligros de vindicación por manos propias, o lo que es peor aún el descreimiento, al punto de no querer ocurrir a la justicia porque allí no encontrar la tutela, el equilibrio o la equidad entre dos intereses en pugna, y ni hablemos de víctimas y victimarios.

La cuestión de género y los derechos humanos deben apuntar a proteger a los buenos de los que no lo son, no es una cuestión de sexos, es una cuestión de proteger a quien debe ser protegido, eso es ponerse en el lugar del otro.

La justicia debe llegar a tiempo, debe terminar con el culto a procedimiento, debe lograr el compromiso de todos sus integrantes y no de una parte de ellos.

Debe repensar su accionar abriéndose a la sociedad, a la crítica y la autocrítica. Debe aplicar todas las experiencias y saberes al otro día de adquiridos, en bien del justiciable.

Solo así, estaremos en los zapatos del otro, y frente a una sociedad viable en el marco del progreso humano con equidad que como dijo Aristóteles es la dichosa rectificación de lo justo; lo contrario sería un mal augurio y un fracaso como sociedad.

Empatía

Siguiendo a Thomas Kuhn, y aplicando todo esto a la Justicia Restaurativa, si tratamos de generar empatía en las partes, los beneficios son importantes, por un lado, se puede conseguir que el infractor aprenda que no debe delinquir, pero no por el temor a recibir un castigo sino porque ha comprendido que con esta actitud está dañando a una persona, a un ser humano.

En el mismo sentido, bien decía Gandhi “las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista”, dicho eso cabe remarcar que lo que está claro es que el desarrollo de esta empatía puede llegar a surgir, a través de un proceso restaurativo ya que estos se basan en el dialogo y la comunicación, mientras que con el sistema de justicia tradicional esto es casi imposible.

Otras personalidades como Stephen R. Covey en su libro “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva” (editorial Paidos Plural), nos hablan de una restauración de la ética en la vida pública y privada, en la empresa como en el estado.

Y Albert Einstein observó que «los problemas significativos que afrontamos no pueden solucionarse en el mismo nivel de pensamiento en el que estábamos cuando los creamos».

Cuando miramos a nuestro alrededor y en nuestro propio interior, y reconocemos los problemas creados mientras vivimos e interactuamos con la ética de la personalidad, empezamos a comprender que son problemas profundos, fundamentales, que no pueden resolverse en el nivel superficial en el que fueron creados.

Es evidente que la humanización de las instituciones, lejos de ocupar un plano limitado a las buenas intenciones, implican necesariamente la adopción de un nivel de pensamiento más profundo.

Un paradigma basado en los principios que describan con exactitud la efectividad del ser humano y sus interacciones, para superar esas preocupaciones profundas, fundamentales, que no pueden resolverse en el nivel superficial en el que fueron creados.

*Sergio César Santiago, abogado (matriculado hace 38 años).

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