Por María Florencia Goncalves
El contrabando de vino argentino a Brasil ya no es furor únicamente en la Bernardo de Irigoyen, la ciudad en la que nace el sol hacia toda la Argentina y en la que sólo durante el último año movilizó más de $2.500 millones con ventas legales, según datos de la Administración Federal de Impuestos Públicos (AFIP).
También es un boom en otras ciudades que limitan con Brasil, como San Javier hacia el sur, y San Antonio hacia el norte.
La frontera casi seca que une a San Antonio con su homónimo brasileño Santo Antonio, es un escenario ideal para ir y venir con mercaderías de forma permanente y sin controles aduaneros.
Y, en particular, para todos aquellos productos de industria argentina que son altamente valorados por los brasileros, como el vino.
Así, San Antonio es una de las puertas de ingreso del vino al sur de Brasil, ya sea de forma legal como ilegal, por Río Grande Do Sul, Santa Catarina o Paraná, para luego ser redistribuido a otros estados brasileños.
En la zona existen más de 50 locales habilitados para comercializar exclusivamente vinos y el negocio es sencillo: cuanto más se aleja la botella de la frontera, más aumenta el precio del vino.
En las góndolas de Río de Janeiro, un vino Rutini que en Posadas se consigue por 3.500 pesos, sale unos 550 reales (algo más de 32.450 pesos a un cambio de 59 pesos por real). Es decir, el valor puede llegar a multiplicarse por 10.
Los nacidos y criados en San Antonio advierten que el aumento vertiginoso de la cantidad de locales comerciales que se instalaron para comercializar casi exclusivamente vinos argentinos e incluso, destacan “la cantidad de gente, sobre todo joven, que se metió en el negocio”: trabajan como empleados de comercios y preparan los envíos.
Pero, en torno a ese negocio también hay un contexto local que se va transformando y en el que se generan situaciones de inseguridad que van modificando la tranquilidad de los lugareños.
Charlando con la gente que vive y trabaja en la frontera, se percibe cierta sensación de miedo. Y no es para menos, pues en los últimos meses hubo una serie de crímenes vinculados al contrabando del vino: robos grandes y organizados, asesinatos.
Estas historias están en boca de todos los habitantes de la zona y se cuentan con una crudeza que impacta. Eso si, nadie quiere dar nombres, para no “meterse en problemas”.

Desde el Servicio de Ingresos Federales (IRS) de Brasil, comparan el tráfico de vinos al de drogas e incluso cigarrillos, por los volúmenes sino también por la violencia generada por el esquema con el que funciona y la clandestinidad.
Pasamanos
La Aduana en el Paso Internacional entre San Antonio y Santo Antonio funciona oficialmente entre las 7 y las 19 horas. En esa franja horaria es posible transitar con distintos tipos de vehículos para quienes ingresan oficialmente a Brasil. Sin embargo, este no es el camino elegido por todos.
El paso grueso de los vinos a Brasil es constante, se realiza en autos y camionetas particulares por caminos terrados y también a pie por las pinguelas o puentes de madera.
“La gente pasa al día una montonera de veces, algunos van y vienen hasta 10 veces por los trillos. Es todo el tiempo y depende del peso que lleven. En el caso del vino pasan por caja, porque si se cae se rompe”, explicó un lugareño.
También se organizan “pasamanos” entre argentinos y brasileros: se trasladan las cajas “a muque” y se realizan encuentros para entregar la mercadería de un lado al otro. Pero claro, en este caso la ganancia es menor por el volumen que se puede manejar.
¿Por qué los brasileros buscan el vino argentino?
En el país de Neymar, el vino históricamente se produjo para consumo familiar y no para comercialización. Sin embargo, en las últimas décadas eso cambió y Brasil clasifica, según algunos rankings, como el 5º mayor productor del hemisferio sur en América: antes de la pandemia, llegó a producir 300 millones de litros anuales.
Si bien cuenta con más de 80.000 hectáreas en producción ubicadas en los Estados de Rio Grande Do Sul, Paraná, Santa Catarina y São Paulo; menos del 20% de esa superficie se utiliza para cultivar uvas procedentes de la vid para vinos de calidad.
Pero, el boom no se debe únicamente a una cuestión de calidad, sino también de precios ya que en Brasil el sector vitivinícola está alcanzado por aranceles altos.

En 2015 y con la administración de Dilma Rousseff y frente a la recesión económica, se incrementó el Impuesto sobre Productos Industrializados (IPI) impactando directamente sobre las bebidas alcohólicas, entre otros productos.
Según pudo conocer Plan B la carga tributaria puede suponer más del 50% sobre el precio en frontera del producto importado, haciendo que se reduzca la competitividad en el precio del vino importado legalmente; pero aumentando los motivos para “chivear” desde Argentina.
Plan B-22-11-2022