Por Rubén Emilio ‘Tito’ García
El viernes 2 de abril de 1982, estando en la ciudad de Santa Fe, me despertó temprano el son de la banda local del Ejército que anunciaba el desembarco militar a las Islas Malvinas irredentas. En ese momento sentí orgullo por la reconquista y temor por el hecho de guerrear con una potencia muy superior y con respaldo de la OTAN, casi nada.
Me encontraba en la ciudad por invitación del Cimevet, grupo organizativo sin personería de los veterinarios argentinos del interior del país, que luego formaría la actual estructura de la Federación Veterinaria Argentina (FEVA). Fui a la reunión en representación del Consejo Profesional de mi provincia, de manera que tuve mi pequeña participación en el núcleo formativo.
Pues bien, en la reunión de aquella mañana del 2 de abril cantamos el himno, se dijeron patrióticas palabras alusivas por las Malvinas y con desesperanza se presagiaron peores tiempos en Argentina, y así fue. El manotón de ahogado de la dictadura por perpetuarse en el poder costó el sacrificio de otra porción de jóvenes argentinos.
Retomando el punto, reconocer el trabajo gremial de los veterinarios de mi provincia, siendo tan solo once profesionales en 1968, comenzaron a idear la conformación del Consejo Profesional de Médicos Veterinarios, organización cristalizada en 1975 en ley, cuando todavía otras provincias de real importancia ganadera no lo habían concretado, como Corrientes.
Y en nuestra actualidad, recordar a nuestros héroes misioneros en Malvinas. Al capitán de la Fuerza Aérea Carlos Eduardo Krause, nacido en Oberá en 1948. Murió en combate en el estrecho de San Carlos en junio de 1982, cuando su avión, Lockheed C-Hércules, fue derribado por una patrulla aérea enemiga. Lo ascendieron postmortem a mayor y condecorado con la Medalla al Valor en Combate. Su célebre frase: “Mi Fuerza me pide una entrega del cien por ciento, yo le voy a entregar el doscientos por ciento”.
Roberto Estévez, vecino del barrio y a quien vimos corretear con sus hermanos en la vereda de la calle San Lorenzo frente al hotel Comercio, donde su propietaria, doña Flora Odone de Farqhuarson, ofrecía hospedaje como buena samaritana a los parias que lograban huir del Paraguay sometido a la despiadada tiranía de Stroessner. Calle que vio pasar rumbo al centro a los muchachos del viejo club Unión, entre ellos a los bohemios andantes Abdón Fernández y Tuti Rótoli, el mayor juglar de poemas en tertulias y serenatas. También, al inefable Mandioquín con su machete en la cintura, su arma de trabajo, y la collera de perros seguidores que, al compás de su andar atropellado, no se entendía si hablaba al voleo, rezaba o maldecía.
A todos ellos los vio Roberto, el otro héroe misionero que ofrendó la vida en las Malvinas. Ferviente católico como sus padres, estudió ahí nomás en la Escuela N° 3, para luego recibirse en el Colegio Nacional Martín de Moussy. Su figura fue la más influyente en esa guerra, de manera que lo calificaron como ejemplo de liderazgo y referente de lo que debe ser un buen soldado. Murió en combate a los 25 años en la batalla de Pradera del Ganso, durante la desigual guerra contra los ingleses.
Desde esa perspectiva, nada más preciso y certero en ese presente holocausto que cortara trágicamente el sueño de tantos muchachos, las palabras elocuentes del poeta cuando dijera: ¡Ay Argentina, Argentina! cuántos jóvenes valientes murieron por vos.
La carta postrera cuando fue conocida después de su muerte, conmovió de orgullo y tristeza al país.
Querido papá: Cuando recibas esta carta, yo estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor. Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en el cumplimiento de mi misión. Pero, ¡fijate vos qué misión! ¿No es cierto? ¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía? Dios, que es un Padre generoso, ha querido que este, su hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria. Lo único que a todos quiero pedirles es: que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo. Que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza. Y, muy importante, que recen por mí. Papá, hay cosas que en un día cualquiera no se dicen entre hombres, pero que hoy debo decírtelas: gracias por tenerte como modelo de bien nacido, gracias por creer en el honor, gracias por tener tu apellido, gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy, y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar. Hasta el reencuentro, si Dios lo permite. Un fuerte abrazo. Dios y Patria o Muerte. Roberto.
Rubén Emilio ‘Tito’ García