OPINIÓN.

Las heroínas anónimas del Tractorazo y de tantas luchas en la chacra misionera

Por María Florencia Goncalves

Necesariamente, los relatos se dan a partir de personajes centrales y secundarios. Ya sea que nos situemos en el box del redactor o en el del lector, se corren riesgos al mostrar las partes del todo.Transformar en secundarios a protagonistas que podrían ser cruciales, es uno de ellos. 

Pero elegir contar fragmentos no deja de ser una interesante estrategia, pues dice mucho de quien la cuenta y ofrece al lector un escenario en el que puede deambular de acuerdo a su propio gusto y piaccere.

Lo bueno es que siempre tenemos la posibilidad de resignificar historias. El tiempo, las experiencias y los recuerdos nos permiten reacomodar ideas, rediseñar fotografías, reflexionar sobre los contextos.

Me pasó el viernes de la semana pasada (27/5) con Amalia, Nadia y Bety, tres de las numerosas mujeres que hace años pujaron por el precio justo y la dignidad de la familia agraria en Misiones. 

Nadia, Bety y Amalia, heroínas anónimas del Tractorazo

A pesar de no haber sido tapa de los diarios, también ellas dejaron sus casas en Oberá, los Helechos, Villa Armonía y otros parajes de nuestro interior laburante, para llevar por las rutas su reclamo genuino.  

Desde el rincón de una sala y de la historia, en la mateada por los 20 años del tractorazo, sus miradas contagiaban orgullo y felicidad. 

Eran todas ellas. Las que lucharon desde el anonimato y las que se pusieron al frente de las protestas. Las que hicieron reviro y contuvieron el llanto. Las que encendieron llamas en gomas y se subieron a los tractores para agitar banderas.

Esa “mujerada” que se bancó la lluvia, el frío y la represión, llevando a cuesta a los gurises más chicos y alejadas de los más grandecitos que quedaban en las chacras. 

Porque mientras la rueda giraba acá en Posadas, lo hacía también allá en las colonias con la ayuda de algún que otro pariente, vecino o peón. Había que mandar a la gurisada a la escuela, cuidar los cultivos, alimentar animales y mucho más. 

Junto a ellas, también estaban los pibes, esos adolescentes que salieron una vez de las picadas para acompañar a sus padres y a sus tíos, y ya nunca más volvieron a ser los mismos. 

Cristian Klingbeil, los hijos de Sand y los hermanos Peterson son quizás los más populares entre quienes se convirtieron en algunas de las voces yerbateras actuales. Dos décadas después, siguen “galeando” en el sector: algunos amotinados en las chacras de sus abuelos y otros, explorando nuevos espacios de participación y transitando a diario pasillos en lugar de líneos. 

Van poniendo varios temas sobre la mesa a prueba de ensayo y error. Reclaman por ejemplo, la falta de representatividad de las economías regionales en el Congreso de la Nación y exploran fórmulas para lograr chacras más resilientes.

Trazan alianzas, ajustan las tuercas que pueden con el afán de visibilizar la realidad de los pequeños productores. Presionan algunos espacios de poder. También salen heridos de las escaramuzas políticas en el plano provincial, eso que se ha vuelto cotidiano en Misiones. El abanico de su quehacer es amplio y hay para todos los gustos. 

Mujeres y hombres, cada uno con su estilo y al frente de sus propias luchas. Llevando aún y a flor de piel, aquel aire revolucionario que marcó el pulso de la unión y dejó marcada la historia misionera. Transitando la vida con esa impronta de base, producto también de los días de plaza y tractores. 

Quiero creer que es justamente por eso, que se refugian una y otra vez en la familia como el gran sostén. Y es ahí, cuando pienso, en cuán importante es que, como comunidad, nos permitamos resignificar nuestra propia historia involucrándonos con todos y cada uno de sus protagonistas. El ejercicio debe ser permanente, movilizando estructuras y planteando otras miradas. 

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