Por Victoria González
En un contexto adverso para los pequeños productores yerbateros de Misiones, Mario Karabyn, pequeño productor de Apóstoles y dueño del secadero que lleva su apellido, impulsa una idea tan simple como revolucionaria: que los colonos se unan en una cooperativa para elaborar y vender su marca propia de yerba mate.
“Hoy estamos esperando formar una cooperativa con una cierta cantidad de personas que tengan la capacidad y la voluntad de trabajar con la yerba, vendiéndola como canchada o molida. Es justamente lo que ahora estamos tratando de hacer”, explica Karabyn, en diálogo con Plan B.
El proyecto ya tiene a diez productores interesados, aunque Mario aclara que para arrancar en forma sólida se necesitan al menos entre 20 y 25 colonos. La propuesta es clara: cada socio debe aportar un porcentaje de su producción de hoja verde. “Que el productor traiga un porcentaje mínimo para la cooperativa y el resto que lo siga vendiendo al molinero”, explicó.
El objetivo es dejar de depender totalmente de los molinos privados y apostar a un proceso de comercialización más justo. La cooperativa venderá a la industria privada, pero también permitirá a sus integrantes acceder a un sistema propio de envasado y comercialización directa.
“Cada socio va a tener su cantidad de yerba para vender. Si hay alguien dentro de la cooperativa que tiene dinero o un emprendimiento para el envasamiento, se le puede vender la yerba. No hay problema”, sostiene. La cooperativa tendrá su marca —“eso es por norma”—, aunque también se permitirá que socios comercialicen con marcas propias.
Karabyn sabe que los beneficios no serán inmediatos: “Hay que pensar. El beneficio se va a ver reflejado dentro de un año y medio o dos años recién. Pero con un esquema de trabajo, donde cada uno puede ir incrementando su valor en yerba”.
Un sistema que empobrece
Karabyn conoce a fondo la realidad del productor misionero. Y la explica sin eufemismos: “El colono en la zona sur tiene 25 hectáreas, de las cuales 10 son de yerba. Saca 30 mil kilos por año, que si los vende a 300 pesos son 9 millones. Pero después hay que restar los gastos. Es un mal negocio”.
La diferencia con otras zonas es enorme. “En Concepción de la Sierra hay colonos con 100, 150 o 200 hectáreas. Producen 40 mil kilos, y el monto que reciben es tres veces más de lo que gana un colono en Apóstoles”.
A esto se suma el uso intensivo de fertilizantes químicos, que según Karabyn “malcrían a la planta”.
“Cuando se le saca el abono químico, la planta se muere. En cambio, una planta orgánica va a buscar agua con raíz”, describió.
El modelo actual obliga al productor a malvender la hoja verde y depender de un sistema industrial que no lo favorece. “Yo no puedo pelear contra el molino ni contra el colono. Tengo que ser neutral”, dice Mario.
Tercera generación de productores
Mario Karabyn es tercera generación de productores yerbateros. Su familia empezó con un secadero allá por 1940. “Cuando mi papá tenía 18 o 20 años quiso tener su propio emprendimiento. A los 27, cuando se casa con mi mamá, se muda a un campo sin nada y ahí empiezan con un secadero movido a caballo, y herramientas accionadas a mano”, rememoró.
Con el tiempo llegaron las mejoras tecnológicas, como el uso de poleas, extractores y elevadores, pero siempre con el mismo espíritu artesanal.
Mario no sólo heredó ese legado, sino que lo proyectó: Realizó pruebas con sistemas de secado brasileños y defiende la idea de modernizar el proceso. “Con el sistema brasilero y apenas algo de leña, hacés la misma cantidad de yerba que nosotros con muchos metros de leña. Y en 20 minutos la yerba está lista para embolsar. Es una cuestión de tecnología, de eficiencia”, explicó.
Plan B/ 7-4-2025