Victoria González es periodista, Técnica en Industria y emprendedora textil. En esta columna de opinión comenta sobre los temidos efectos de una medida que lanzó el Gobierno Nacional: más apertura y más importaciones para competir con la ropa nacional.
Por Victoria González
Hay algo que hay que decir de entrada: La industria textil argentina no está en condiciones de competir con una apertura de mercados. Es matemática básica, los números no cierran.
El Ministerio de Economía anunció una baja en los aranceles a la importación de ropa y calzado (del 35% al 20%), de telas (del 26% al 18%) y de hilados (del 18% al 12%, 14% y 16%, según el producto
¿El argumento? Fomentar la competencia y reducir los precios para los consumidores. Suena bien, porque además, la ropa argentina siempre está carisima. Pero en la práctica, es otra la historia.
Argentina no es competitiva
La industria textil argentina tiene una carga impositiva descomunal que la hace inviable, puesta a competir con la industria china, poniendo en riesgo miles de puestos de trabajo.
Hoy, el 80% de los insumos textiles utilizados para fabricar ropa en el país son importados.
A esto hay que sumarle el costo de producir en Argentina, que es directamente asfixiante.
Entre impuestos, cargas sociales y costos fijos, el 44,9% del precio final de una prenda se lo lleva el Estado. En un contexto así, que digan “salgan a competir con China, India o Brasil”, parece una burla.

Porque, a ver, ¿qué significa esta baja de aranceles en la práctica?
Significa que el jean importado que antes llegaba con un 35% de sobreprecio, ahora va a entrar solamente con un 20% de recargo.
Esos 15 puntos de diferencia no lo absorbe el importador ni el comerciante: lo absorbe la industria nacional, las pymes, el diseñador o técnico en confección textil dueño de un emprendimiento de diseño.
El argumento de la competencia
Desde el Gobierno dicen que la medida va a bajar los precios para los consumidores. Suena lógico: si hay más oferta, los precios bajan.
Pero no estamos en un mercado libre ideal. Acá lo que va a pasar es que las grandes cadenas van a importar en volumen, vender más barato y liquidar a la producción local. ¿Cuánto tarda un empresario textil en bajar la persiana cuando no puede cubrir costos? Nada.
Y ojo, que esto no es solo una cuestión de talleres de barrio. Las grandes marcas nacionales también producen en el país, con talleres tercerizados o propios. Cuando la producción local deja de ser rentable, esas fábricas se apagan.
El efecto dominó
Si la industria textil cae, no caen solo las fábricas de costura. Se caen los talleres de estampado, los proveedores de insumos, los transportistas, los empleados de logística. Argentina tiene 380 mil trabajadores en el sector textil y de indumentaria. Y eso sin contar la economía informal, que es gigante en este rubro.
Cuando el gobierno anterior cerró la importación de ropa usada para reventa, los manteros y ferias populares se llenaron de mercadería trucha. Ahora, si los importadores pueden traer ropa nueva con menos impuestos, ¿qué mercado queda para los fabricantes nacionales?
La pregunta de fondo
La discusión de fondo no es si bajar aranceles es bueno o malo. Es si Argentina tiene condiciones para jugar en este partido. Hoy no las tiene.
En este contexto, los inversionistas no dejan de poner el foco en los talleres de producción interna y hay que decirlo claro: el país no tiene costos competitivos ni volumen de producción suficiente para pelear en un mercado global.
Si a esto le sumamos una caída del consumo interno (porque la gente cada vez compra menos ropa), impuestos exagerados y gastos inevitables, que en conjunto, consumen el 44,9% de los ingresos y una inflación que se come cualquier reducción de costos, el resultado es obvio: la industria textil va a quedar hecha trapo.
Y cuando en dos años nos preguntemos por qué cerraron tantas fábricas, por qué hay más desocupación o por qué la ropa importada no es tan barata como nos prometieron, ya va a ser tarde.
Por: Victoria Gonzalez, Técnica en Industria