Hace unos años cuando fue el debate por el No a Botnia, la planta de pasta celulósica que finalmente se instaló frente a Fray Bentos, en Uruguay; leía un reportaje al vice-gobernador de Entre Ríos en aquel entonces, donde manifestaba que la oposición a las plantas celulósicas no significaban una confrontación con Uruguay.
Efectivamente, su actitud no fue contra Uruguay… Aquella oposición a la instalación de una planta de pasta celulósica fue contra la Argentina.
Estuvo muy bien que se oponga el gobierno entrerriano -en defensa de su población- a una planta celulósica contaminante, pero fue un caro error oponerse a las plantas celulósicas, creyendo que todas lo son. Esto último fue lo que terminó trasmitiendo el gobierno de Entre Ríos y fue en contra de la opinión de los forestadores entrerrianos y el desarrollo forestal de la Argentina.
Como ocurre muchas veces entre los argentinos, los debates no terminan como tales, se transforman en una pelea donde se discute lo accesorio y se olvida lo fundamental. El resultado es que todo termina impregnándose de una gran confusión y lo que menos importa es saber dónde está la razón. Cuestión errónea de por si, que se vuelve grave cuando la palabra oficial es la que hace punta.
Es necesario saber que no puede existir en ningún lugar del mundo una foresto-industria sustentable, eficiente y competitiva sin las plantas celulósicas que son el cimiento donde se basa todo el desarrollo forestal e industrial.
Es como pretender hacer un edificio de varios pisos sin construir los cimientos y la planta baja: ¡Imposible!
Sin plantas celulósicas el daño es aguas abajo y aguas arriba: las forestaciones deben ralearse de sus peores individuos- los que el forestador vende a las celulósicas- para que queden los mejores ejemplares que en años posteriores venderá a los aserraderos como madera de calidad.
Los aserraderos a su vez, venden los residuos de madera a las celulósicas haciendo rentable sus deshechos que no tendrían otro destino que la quema que, sí, contamina enviando carbono a la atmósfera.
Las celulósicas hacen el papel de “basureros forestales”: tienen por materia prima los árboles de raleo, nada menos que el 40% – que valen poco- y los deshechos de aserradero – que no valen nada-, para trituralos y transformarlos en celulosa que vale mucho.
Esta alquimia económica es la materia prima para cientos de productos finales como pañales, insumos médicos, papeles de todo tipo –para producir de todo, desde cheques, servilletas, envolutura para regalos, diarios etc.- que están necesariamente presentes en nuestros hogares y que si no los producimos, tenemos que importar. De hecho, los argentinos importamos celulosa y papel por unos 500 millones de dólares, pagando salarios y materia prima en el exterior. Sin mencionar la pérdida de divisas para el país.
Esquizofrenia nacional
La Argentina tiene un bajo desarrollo forestal a pesar de que tenemos 20 millones de hectáreas ociosas que no compiten con la ganadería ni la agricultura. Tenemos un variedad completa de climas que permiten la implantación de cualquier especie propia o exótica y en el Litoral, el mayor crecimiento del mundo -junto a Brasil-, de pinos y eucaliptos. Además, una ley por la cual se subsidian las plantaciones hasta un 80% de su costo.
Teniendo tanto viento a favor a duras penas forestamos un millón de hectáreas en décadas.
Hace seis anos el Congreso votó la ley 25.080 de promoción foresto- industrial. Se pretendía de este modo arrancar una política de estado en un sector de un enorme potencial que fue tratado desde los distintos gobiernos y desde siempre de manera errática y espasmódica.
De 100 mil hectáreas anuales que se implantaron en los años 99, 2000 y 2001 se cayó en picada con cifras mínimas y modesta recuperación recién en el 2005.
En el sector forestal de la SAGPYA demostraron una enorme capacidad para generar problemas y paralizar la actividad.
Tenemos poca superficie implantada, baja industrialización, déficit en la balanza de comercio exterior -los mencionados 500 millones de dólaers-, caída de la inversión extranjera, una ley que no se cumple eficientemente, la imperiosa necesidad de generar empleo (en lugar de pagar salarios de afuera) y nos damos el lujo de entrar en una disputa perdida de antemano que solo conduce a desalentar la inversión externa de capitales que el país hoy no tiene.
Se trata de inversiones que necesitamos para la base misma que sustenta el desarrollo foresto industrial: las plantas celulósicas papeleras.
Miremos a los vecinos en la cuestión forestal
Brasil: 5 millones de hectáreas implantadas; 20 mil millones de dólares de producción forestal (nosotros u$s1.500 M); empleos: 6 millones directos e indirectos (nosotros 600 mil); exportaciones por u$s 6.950 millones (nosotros u$s 600 millones) de los cuales el 50% corresponde a exportaciones brasileñas de celulosa y papel que producen 241 plantas (nosotros sólo tenemos 10, las 2 más grandes en Misiones).
Conclusiones:
En el comercio mundial el sector foresto-industrial es más que granos y carnes juntas, mueve 150 mil millones de dólares cada año. Son los países más ricos del mundo los que producen, compran y venden.
La Argentina tiene un gran potencial no aprovechado por desconocimiento de su clase gobernante. El sector foresto-industrial puede ser equiparado al sector granos en nuestro país en 20 años de continuidad. El Gobierno debe jerarquizar el sector y no dejarlo dormir en la tercera línea de la SAGPYA mientras se cae la Ley 25080.
Los inversores de la década del 90 – 3500 millones de dólares – están reinvirtiendo fuera de la Argentina; mientras se los ignora. La Argentina necesita una planta más de celulosa y varias de papel.
Actitudes enojadas y prepotentes porque las inversiones se fueron a la otra orilla solo nos aseguran que seguirán buscando lugares más amigables con gente mejor informada.
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Ricardo “Cacho” Barrios Arrechea es médico, ex gobernador de Misiones, ex ministro de Salud de la Nación y ex secretario de Desarrollo Forestal de la Nación.
Fuentes de información: FAO; Foro Económico Mundial para el Medio Ambiente; SAGPYA.