La mirada de Plan B.

Ramón Amarilla y el triste e injusto destino del líder de la protesta policial que tuvo en vilo al país

Por Martín Boerr

A 60 días de la protesta que tuvo en vilo al país, y que movilizó a policías retirados y activos, docentes, personal de salud y otros estatales, el máximo referente de aquel reclamo está pasando por un mal momento, lo dejaron solo y olvidado, apuntado por una causa judicial que es una espada de Damocles sobre su cabeza.

Mucho peor, algunos policías que estaban de su lado, se volvieron contra él y lo denunciaron. Otros, ya contentos con los aumentos obtenidos gracias a la protesta, se olvidaron de él.

Un grupo de comisarios, presionados o instigados por el Gobierno -afirma Amarilla-, lo denunciaron por el robo de una docena de patrulleros que estuvieron durante las dos semanas estacionados frente al Comando Radioeléctrico I en la Avenida Uruguay.

En pocos días más, Amarilla, Palavecino y otros 19 referentes de la protesta serán llamados a indagatoria en la causa por el robo de esos patrulleros y otros hechos graves, en el juzgado de Ricardo Balor. Su abogado es Ricardo Grinhauz, el ex juez.

“Muchos supuestamente estaban de acuerdo con la protesta, pero fueron presionados por la Jefatura”, dijo Amarilla en diálogo con Plan B.

El calvario recién empieza y hay que decir que del lado del Gobierno -que en algún momento se mostró impotente para frenar el acampe y restaurar la normalidad-, era una jugada cantada. La estrategia correcta para asegurarse de que esto no vuelva a pasar. Porque como dijo Patricia Bullrich, la Policía no puede protestar.

El ministro de Gobierno, Marcelo Pérez, que durante aquellos días fue el único vocero oficial, casi que avisó por donde iba a seguir la jugada “el día después”.

Con toda claridad dijo que en las negociaciones, la Policía iba a dejar sin efecto traslados y otras sanciones administrativas a policías activos, pero que nada podía hacer con la causa del robo de los patrulleros y otros hechos denunciados ante la Justicia, “un poder independiente del Ejecutivo”, señaló Pérez. A buen entendedor, pocas palabras.

Sin embargo, los polícias de la protesta, así como todos los activos -incluyendo a los comisarios que denunciaron a Amarilla- estaban enardecidos y únicamente preocupados por el incremento en sus haberes.

Durante todos esos días aciagos, en los que nadie la pasó bien (ni el Gobierno, ni los policías en protesta), Amarilla se mostró siempre como un referente comprometido con sus camaradas, pero también abierto al diálogo. Plan B lo vio comer la misma mala comida, descansar poco y nada y pasar el mismo frío que todos para terminar con una pulmonía.

Jamás se encandiló con los flashes de la televisión nacional ni el abundante espacio en el prime time, y nunca se desvió ni un milímetro del objetivo: la recomposición del salario policial.

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Passalacqua el 23 de julio pasado, con efectivos del Servicio Penitenciario. La estrategia del Gobierno es un perdón general y olvido a los que protestaron, pero duros con los cabecillas para evitar que vuelva a pasar.

También se abocó a aplacar a los más exaltados y buscar siempre el diálogo.

Ramón Amarilla no participó de ningún robo a ningún patrullero y también desaprobó la gira que algunos -que no habrían sido sancionados-, hicieron con esos móviles, una caravana que pasó por la vereda de la Rosadita, donde hubo algún tiro al aire.

Su liderazgo espontáneo, calmado, sin ninguna estridencia ni tinte político, permitió por ejemplo, que los policías en protesta no se unieran a los docentes en el histórico jueves 23 de mayo . Ese dia las columnas docentes marcharon a la Legislatura en una protesta que escaló en hechos de violencia (de un grupito), piedrazos y vidrios rotos, vallas tiradas, y una columna que se desprendió para ir a gritar y protestar a la puerta del domicilio del gobernador. Dos días después, a la de Rovira.

¿Qué hubiera pasado si los policías, que estaban con los ánimos caldeados, se plegaban a esa marcha?

Amarilla nunca se metió en política, no pasó ningún aviso y no criticó jamás al Gobierno provincial, salvo por el único tema que lo ocupó: la cuestión salarial. Y eso que las cámaras de todo el país lo siguieron durante extensas jornadas.

Pero eso sí, este sencillo suboficial retirado, en un momento determinado, concentró en su persona un gran poder.

Amarilla tuvo en las manos la llave para destrabar el conflicto que tuvo en vilo a todo el país. Porque fue tal la identificación y la confianza que los policías depositaron en él, que parecían dispuestos a seguir lo que hiciera o decidiera. Y no sólo con los policías.

A nadie escapa que las protestas de los docentes fueron subsidiarias del reclamo policial. Sin acampe policial, jamás hubiera existido el acampe docente ni el renovado vigor que cobró su reclamo, que llevaba semanas y al que la sociedad ya le había “bajado el volumen”.

Cuando se dio cuenta que el Gobierno, realmente no podía mejorar más la oferta, Amarilla y Palavecino empezaron a trabajar para bajar las expectativas, que ellos mismos ayudaron exaltar cuando pedían “el 100 por ciento o nada”.

En un momento parecieron darse cuenta que era mucho pedir semejante incremento y que la crisis fiscal le había pegado de lleno a las arcas del gobierno misionero. Que además es un gobierno que prefirió que el acampe dure más, pero no caer en la irresponsabilidad de prometer lo incumplible, algo que sería pan para hoy y hambre para mañana.

Finalmente se llegó a un acuerdo, que no hubiera sucedido si Amarilla no hubiera aceptado la exigua última oferta del Gobierno. “Si Amarilla dijo que si, es el mejor acuerdo posible”, razonaron todos y -cansados-, cada uno se fue a su casa.

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Passalacqua, el jueves 1° de agosto. Desde que se levantó la protesta, ya participó de media docena de actos con efectivos de las fuerzas de seguridad donde primaron las inauguraciones, los anuncios y las sonrisas. Aquí no ha pasado nada, es la estrategia oficial. Lo contrario obigaría a revisar muy profundamente la conducta de miles de efectivos (casi todos) que se plegaron a una protesta que no puede suceder, incluyendo los cimientos sobre los que funciona la Policía de Misiones.

Pero claro, lejos de la experiencia del dirigente taimado -por no decir corrupto- Amarilla no pidió nada para él ni se preocupó por su integridad.

Quizás con algo de ingenuidad, pensó que no le iban a hacer pagar las consecuencias.

Ahora la cae una causa que, desde el lado del Gobierno, es una forma de garantizar que esto no volverá a pasar. Porque con esta causa lo tendrá a Amarilla controlado y, sobre todo, evitará que vuelvan a surgir otros voceros.

Alguna vez impotente, aún con el apoyo de Bullrich y las fuerzas nacionales, el Gobierno ahora tiene la sartén por el mango y se abocará al arte de ejercer la presión justa y necesaria sobre Amarilla y sus compinches (tampoco mucha para no convertirlo en un mártir).

Con ese frente cubierto, en la Rosadita ahora fingen que en mayo no pasó nada. Cuando lo cierto es que el malestar llegó a tal nivel que por primera vez en la historia, un gobernador canceló el acto oficial del 25 de Mayo por miedo a los escraches.

En estos 60 días, el gobernador Hugo Passalacqua -que llegó a convocar a las fuerzas federales para imponer orden- realizó al menos seis actos y visitas a los uniformados. Hoy fue la más importante encabezando la graduación de 356 nuevos efectivos (ver aparte).

En todos se sacó fotos y mostró el compromiso del Gobierno con su fuerza de seguridad, llovieron elogios y felicitaciones.

Passalacqua hizo las pases con los policías que protestaron o que se solidarizaron con la protesta (prácticamente todos).

El comisario general Sandro Martínez, insultado por sus subordinados cuando fue a parlamentar (desobedeciendo el plan acordado en el Comité de Crisis) con el respaldo de 300 efectivos de Prefectura y Gendarmería, también eligió no mirar atrás.

Lo contrario obligaría a una revisión profunda de las fuerzas de seguridad, a repensar y reestructurar la forma en que se eligen, forman y motivan a los policías misioneros.

Hombres y mujeres a los que la sociedad les da un arma y un uniforme para que nos cuiden, pero que dejaron en claro que su vocación por el deber llega, hasta donde el bolsillo aprieta demasiado.

¿O nadie se percató de que cada vez más uniformados se ven envueltos en hechos delictivos?

Pero más fácil es mirar para otro lado.

Ahora llueven los besos y los abrazos, las felicitaciones y las sonrisas. Aquí no ha pasado nada.

Eso si, ¿Amarilla?…marche preso.

Plan B/ 7-8-2024

 

 

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