Opinión.

¿Cuántos políticos podrían mirarse en el espejo de Manuel Belgrano?

Por Rubén Emilio “Tito” García

El 3 de junio de 1770 nacía Manuel Belgrano el creador de la bandera nacional, en su honor se impuso a esa fecha Día del Soldado del Ejército Argentino.

Su nombre completo era Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y, de acuerdo al poeta, “quien recibe un nombre, recibe también un destino”.

Y el destino de este grande hombre de nuestra nacionalidad determinó que falleciera el mismo mes de su nacimiento, el 20 del año 1820. Razón por la cual se decreta a esa fecha Día de la Bandera Nacional. Bandera por él creada el 27 de febrero de 1812 a orillas del río Paraná, con los mismos colores de la escarapela. Escarapela Nacional que el Primer Triunvirato dispuso su uso con los colores blanco y azul celeste conforme al diseño propuesto por Belgrano, quien la hizo lucir a sus tropas.

Fue ferviente católico practicante y su vida moral y ética se desenvolvió en un escrito que escribiera: “El origen más serio y verdadero de la sabiduría es la ley evangélica”.

Destacado como prestigioso intelectual de las leyes, recibido de abogado en la Universidad de Valladolid, la Universidad de Salamanca lo designa presidente de la Academia de Derecho Romano, Política Forense y Economía Política. Luego, a su regreso a Buenos Aires, asume la secretaría del Consulado e inspira la creación de la Escuela Náutica y la de Dibujo. A su debido tiempo colabora como columnista del Telégrafo Mercantil fundado por Francisco Cabello y en cuasi sociedad con Hipólito Vieytes en la creación del semanario Agricultura, Industria y Comercio.

La primigenia faceta como soldado lo experimenta cuando participa defendiendo Buenos Aires de la primera invasión inglesa de 1807. Años más tarde, el 25 de mayo de 1810, integra como vocal de la Primera Junta de Gobierno, y este cuerpo gobernante lo designa al mando de la expedición al Paraguay con el grado de General en Jefe.

De esta manera y sin escala, pasa de ser exitoso abogado a convertirse en el primer militar católico de nuestra historia. En tal rol se dijo para sí: “No es lo mismo vestir uniforme militar que serlo”.

Con ese nuevo rango marchó al Paraguay, gobernación que rechazara la proclama de la Junta porteña siguiendo fiel al Rey Fernando y a las órdenes emanadas de Sevilla. Si bien Belgrano no logró su objetivo, llevó los sones de la revolución a la región guaraní y Paraguay daría su grito de rebelión al año siguiente.

Cuenta la leyenda que, en una siesta de mucho calor en el destacamento militar de Candelaria, el general Belgrano pasaba revista al grupo de nativos que por propia voluntad se acoplaría al Ejército que rumbeaba hacia la Banda Oriental. El general había recibido la orden de que volviera de la fracasada expedición al Paraguay y asumiera la comandancia para sitiar a Montevideo, ciudad que seguía fiel al rey de España bajo el mando del reciente nombrado Virrey de Elío.

El general parado bajo la sombra de un sarandí, dio la orden de formar la tropa de reclutas a pocos metros del noble árbol. A cada uno de los aspirantes en posición de firme le preguntaba su nombre y de que pago provenía con la sana intención de conocerlos y entablar un trato amistoso. Tal vez por ser católico practicante de entre todos ellos le llamó la atención de un mestizo medio petizón por llevar colgado del cuello el Santo Rosario como si fuera un amuleto. Era el único, y se trataba de un joven con el rostro picado de añeja viruela, pero exhibía contundente aspecto físico y exuberante musculatura que al momento de responder la pregunta contestó:

-Me llamo Andrés Guacurarí, mi general, provengo de Santo Tomé de las Misiones y soy de la aguerrida estirpe de los Ñaró.

La fluidez de sus palabras y la buena pronunciación del castellano, dicción de la que carecían los otros, fue lo que sorprendió al general, y con la finalidad de alargar la conversación le preguntó:

-¿Sabes leer y escribir? –

-¡Sí, señor! -fue la contestación-. Y además hablo muy bien el portugués y sé algo de latín. Fui educado por los franciscanos que sustituyeron a los jesuitas después de la expulsión.

-Me parece perfecto- dijo el general, y agregó: -Has dicho con orgullo que desciendes de la estirpe de los Ñaró, supongo que ha de ser una línea de hombres valerosos.

-Así es, mi general. Precisamente, ñaró en avañe-é quiere decir bravo, pues nuestra raza no recula ante ningún peligro jamás de los jamases.

Belgrano lo miró por un instante sopesando la bravura e inteligencia de su interlocutor, y dio por terminado el diálogo con el escueto:

-Subordinación y valor, soldado. Puede retirarse.

-Como usted ordene, mi general.

Dando la media vuelta para perderse entre los demás reclutas que ya rompían fila se retiró Andrés, exponente altivo de la nueva raza americana con la cabeza bien erguida.

Y según los últimos viejos habitantes de Candelaria, dicen que el 20 de septiembre de 1820 el general José Artigas, padrino de Andrés, cruzó el río Paraná por Candelaria hacia el exilio en Paraguay dejando atrás su patria para nunca más volver. Cuentan también que, antes de cruzar el Paraná, Artigas durmió una siesta bajo la sombra del sarandí blanco donde también descansara Belgrano.

El general católico: Después de las terribles derrotas en Huaqui y en Sipe Sipe, al doctor Manuel Belgrano lo nombran General en Jefe del Ejército del Perú, y hacia esos confines se dirigió con su tropa. Antes, pasó por la villa de Luján y enarboló una bandera con los colores del manto de la Virgen María, hecho que narró el cabildante José Gamboa: “Al dar Belgrano los colores celeste y blanco a la bandera patria, había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, honrar a la Pura y Limpia Concepción de María, de quien era ardiente devoto por haberse amparado a su Santuario de Luján”.

Y Carlos Belgrano, presidente del Cabildo, expresó: “Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto”.

Y el mismo general Manuel Belgrano expresó: “Sirvo a la Patria sin otro objeto que el de verla constituida, y este es el premio al que aspiro” porque “no busco glorias sino la unión de los americanos y la prosperidad de la patria”.

Tiempo después, la tragedia de la historia dará cuenta que solamente pasaron diez años y el sino del general que luchó por la libertad e independencia de su patria concluiría en el año de 1820, cuando Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, muy enfermo a causa del tifus y malaria contraídas en el campo de batalla y sufriendo de una hidropesía que lo tenía a mal traer, moriría en la más absoluta pobreza a los 50 años de edad. El mismo día que en Buenos Aires, en el más desquiciado desorden, se autoproclamaban tres gobernadores producto de la anarquía tan temida.

Epílogo: ¿Cuántos políticos argentinos podrán mirarse al espejo de Belgrano sin ruborizarse?

*Rubén Emilio García, Ex Sub Adminstrador General del SENASA, miembro de la Junta de Estudios Históricos de Misiones.

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