OPINIÓN.

De qué hablamos, cuando hablamos de trabajo infantil en Misiones

Hace unos meses, en un seminario de Sistemas de Información Geográfica, entendí que las posiciones siempre pueden ser tan absolutas como relativas.

La cosa parece una zoncera pero, si lo trasladamos a la vida real, definitivamente no lo es. Absolutamente todos vamos por la vida eligiendo la posición en la que nos queremos situar. 

Esta semana que pasó, como sucede cada 12 de junio (se conmemora el Día Mundial contra el Trabajo Infantil), se viralizaron mensajes contra el trabajo infantil en todo el mundo. En ese contexto, en Argentina y particularmente en Misiones, el sector del agro se convirtió una vez más en la oveja negra de turno. 

Cualquier persona con algunos años de transitar la provincia, sus rutas y sus colonias estará de acuerdo conmigo: hay fotografías que dejaron de ser típicas en los paisajes de nuestra tierra colorada. La gurisada hacinada en la tarefa o manillando tabaco en los galpones, las familias sentadas arriba de los raídos en los camiones, son retratos que ya no se ven tan a menudo como antes. 

Por supuesto que, en una provincia con más de 25.000 familias vinculadas a la agricultura familiar, más de 10.000 productores tabacaleros y más de 20.000 trabajadores vinculados a la yerba mate; resta muchísimo por hacer.

Aún existen muchas familias en situación de vulnerabilidad que requieren de una atención urgente y otras que están a medias tintas, con trabajadores rurales que aún sostienen las producciones desde la informalidad, dado que restan aceitar ciertos mecanismos -como el de la compatibilidad entre el empleo formal y el acceso a programas sociales-. Pero, también es cierto que hubo grandes cambios en las condiciones laborales y se deconstruyeron muchas prácticas históricamente aceptadas en la ruralidad. 

Creo que el trabajo infantil existe cuando hay una exposición de niños, niñas y adolescentes a tareas riesgosas que ponen en jaque su integridad física, mental y social o; cuando son eslabones invisibilizados en los engranajes de cadenas productivas e industriales. Un pibe que falta a la escuela para trabajar 15 días en un yerbal… una piba que deja sus estudios porque no le queda otra que cuidar a sus hermanos para que sus padres trabajen, esas son situaciones concretas de trabajo infantil. 

En otro plano, están las actividades formativas, esas con las que los padres y madres buscan transmitir el sentido de la responsabilidad, el trabajo y el porvenir; “preparando” a los niños para la vida adulta. Esa tríada que representa uno de los patrones más arraigados en nuestra cultura y responde a nuestra historia de colonización y desarrollo rural. 

En todo ese contexto, les propongo pensar en el trabajo en familia y el cambio de día (trueque de mano de obra entre productores de pequeña escala), esos eufemismos que manejamos a diario.

Nos interpelan porque, por un lado, enaltecen valores como la unión familiar, el esfuerzo compartido y la dignidad. Pero, por el otro y para conveniencia de muchos, soslayan asuntos vinculados directamente a las condiciones laborales en el agro tales como, los costos reales de la producción versus el rinde de las cosechas, la (in)capacidad de contratación de mano de obra, la invisibilización de la mano de obra infantil, el trabajo de las mujeres rurales siempre visto como una función de apoyo y por ello no remunerado, etc. 

No sé ustedes, pero en semejante entramado, yo siento que existe la troupe de los intransigentes del trabajo infantil, ese cúmulo de instituciones y personas que diseñan estrategias de abordaje desde escritorios muchas veces están alejados de la realidad de las chacras, las dinámicas domésticas y los bolsillos de la gente.

Con discursos de ocasión, para nada participativos, generalmente acusatorios hacia determinados sectores productivos y que suelen mirar desde posiciones absolutas e institucionales, como si no fueran parte del problema. 

También están quienes superan el discurso de la concientización y pasan a la acción. El sector tabacalero, por mucho que les pese a algunos, fue el primero en admitir públicamente el problema de los niños trabajando y lo llevó incluso a los principales despachos provinciales, abriendo la jugada para un trabajo articulado con el gobierno provincial y nacional.

Otro, es el sector yerbatero, que si bien aún no cuenta con un programa específico contra el trabajo infantil, posee otras herramientas concretas que van achicando brechas históricas y empiezan a ordenar las cosas. El Convenio de Corresponsabilidad Gremial -que según el RENATRE es el que mejor funciona en el país- es un claro ejemplo. 

Creo que la cosa es por ahí y requiere dejar de lado la hipocresía: necesitamos una mirada menos porteña del trabajo infantil y más consecuente con nuestra propia historia. Saquemos a las familias rurales y a unos pocos sectores productivos del banquillo de acusados y entendamos que con flyers y campañas en redes sociales, podemos visibilizar mucho pero no solucionamos la cuestión. 

Profundizar los diálogos interinstitucionales, diseñar políticas públicas ad hoc, sostener la asignación de recursos, exigir el involucramiento de los sectores productivos e industriales, pero también y sobre todo, gubernamentales y de la justicia. Esas son algunas de las estrategias para transformar realidades y atenuar las vulnerabilidades que condenan a los niños al trabajo.  

Como dije al principio, todos elegimos la posición en la cual queremos estar. Mi posición es relativa, ¿y la de ustedes?.

Maria Florencia Goncalves trabaja en programas de promoción del desarrollo de la ruralidad y la lucha contra el trabajo infantil. Con su consultora Botica Social asesora en gestión y comunicación de proyectos de impacto socio comunitario a ONGs, empresas, municipios y programas nacionales e internacionales. Trabajó en proyectos vinculados a firmas como Massalin Particulares, Arauco Argentina y Martin Bauer (te), entre otras organizaciones.

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