Por Ricardo “Cacho” Barrios Arrechea
Pocos cultivos en la Argentina deben tener tanta historia como la yerba mate. Nace en el mundo pre-hispánico donde los guaraníes descubren sus bondades; en el período colonial cruza los Andes y remonta la cordillera, las Provincias Unidas le labran exquisitos mates de plata y, en la Argentina moderna, se recibió de Bebida Nacional acompañando con su caliente burbujeo el amanecer de cada día.
La bendecida Misiones la tuvo gratis en su vientre; pero no fue gratis cultivarla. Desde las primeras épocas que se abrieron picadas para descubrir los codiciados “manchones” de yerba virgen, hasta tumbar monte y plantar; luego migrar a la zona de campo y saltar el Chimiray… En ese largo camino hubo sangre, sudor y lágrimas. Literalmente.
Los productores chicos, medianos y grandes con los industriales tienen intereses comunes y encontrados, y una permanente obsesión: el precio de la hoja verde.
Por épocas codiciado “Oro Verde” y por épocas “Yerba de Mierda” que vacía los bolsillos. En ambos escenarios tallan los organismos reguladores, llámese CRYM, llámese INYM que no dejan conformes a casi nadie con el tema eterno del precio.
Los yerbateros aprendimos muchísimo en éstas últimas décadas, a cuidar el suelo, a podar las plantas con racionalidad, a no cosechar en plena brotación, a sumar densidad, a incorporar al tarefero como parte del negocio, a presentar nuevas formas de consumo los industriales.
Pero lo que no terminamos de aprender como razón fundamental, es que detrás del “Oro Verde” hay equilibrio entre oferta y demanda y detrás de la “yerba de mierda” hay sobreoferta.
Siempre fue así y siempre será así. Cuando hay sobreoferta, aunque se “fije” un precio correcto, será un precio virtual; los acopiadores y molinos no lo van a pagar. Hay un variado catálogo de formas de esquivar el bulto: o con bonos para un súper, o con cheques que hay que devolver una parte, o en interminables cuotas que la inflación se ocupaba de licuar o firmando recibos donde el precio era uno en el papel y otro en el bolsillo. Así fue y así será si hay sobreoferta.
Las picarías del sector productivo
Tampoco son todos santos en el sector productivo; mínima lealtad siempre al mejor postor, todo el palo que se puede y el que no, en el medio de la ponchada. Semillas “si camina” y si la lluvia colabora, más agua que hoja en la balanza!!
Por esa razón al organismo regulador hay que exigirle que promocione consumo y exportaciones, que difunda tecnología para mayor productividad y buenas prácticas para que el consumidor no rechace el producto, que investigue nuevas formas de consumo para el que no le guste la bombilla viajera de boca en boca, que ayude a mejorar la calidad de vida del tarefero.
Pero sobre todo, que regule la oferta y la demanda y el ingreso de yerba importada mucho más que el “precio”, que siempre será bueno si hay equilibrio, aunque de Buenos Aires nos manden siempre en bajante.
Hoy es posible, tecnología de por medio controlar y regular la superficie implantada. Por eso ha sido excelente y guapo ese primer paso del INYM de limitar las plantaciones e inteligente el acompañamiento a la medida por el sector productor misionero.
Si se modificase la Ley del INYM y el precio lo fijasen los directores, va a depender para qué lado voten los secaderos. Pero si hay sobreoferta, aunque se fije un precio justo localmente, ya que estamos recordando dichos, va a ser “como mear en el río” tal cual decía una querida correligionaria que se llevó el maldito Covid.
Que quede claro, al precio hay que defenderlo a muerte, acá y en Buenos Aires, pero que también quede claro, si hay sobre oferta sobran artimañas para no pagar el precio Justo…
Si hay equilibrio, aunque la Nación fije en $36,83 sobran compradores a $50. Ergo, hay que monitorear todo el tiempo y evitar la superproducción que está a la vuelta de la esquina. Y aguante el sector productivo en la próxima Zafrinha, a no aflojar…
*Ricardo “Cacho” Barrios Arrechea es médico, fue gobernador pero sobre todo, se autodefine como “pequeño productor yerbatero siempre”