En 1948, George C. Marshall se mantuvo firme en el Despacho Oval cuando el presidente Truman le pidió apoyo para reconocer el recién creado estado de Israel.
La respuesta de Marshall fue inquebrantable: nunca comprometería la Seguridad Nacional por conveniencia política, y no votaría por Truman si la política prevalecía sobre la seguridad de los soldados estadounidenses.
Nadie hablaba así con un presidente. Marshall ya había ganado más respeto que cualquier general estadounidense vivo. Había organizado la logística que ganó la Segunda Guerra Mundial, reconstruido toda la estructura de mando aliado y planificado personalmente operaciones en hojas de papel amarillo, durmiendo solo cuatro horas por noche, sin compartir jamás nada sobre sí mismo con la prensa.
Sin embargo, en ese Despacho Oval, no entró como una leyenda militar, sino como un hombre dedicado a la integridad del cargo y a la responsabilidad que este requería.
Truman buscaba el respaldo de Marshall, pero él se negó. Insistió en que la decisión debía basarse en un análisis militar, no en emociones ni en ganancias políticas.
La atmósfera en la sala cambió. Truman confiaba en Marshall más que en nadie en Washington, pero Marshall habló con la misma claridad directa que mostraba en los informes de guerra. Dejó en claro: si el reconocimiento ponía en peligro a las tropas estadounidenses, no podría apoyarlo. El presidente escuchó en silencio. Marshall no cedió.
Este enfrentamiento reveló una verdad que Washington ya conocía: a Marshall no le importaba la popularidad. Le importaban las consecuencias. Durante la guerra, había rechazado el mando en el campo porque creía que su lugar en Washington servía más al país que otro general en Europa.
Roosevelt dijo una vez: “No podría dormir si Marshall no estuviera justo donde está.” Marshall nunca presumió de aquel elogio y nunca habló de sí mismo.
Ese mismo año, impulsó un plan que hoy lleva su nombre. El Plan Marshall envió miles de millones en alimentos, combustible y maquinaria para reconstruir Europa. +
Las fábricas reabrieron, las familias reconstruyeron sus hogares y se aliviaron las escaseces del invierno. Algunos senadores criticaron el costo, y Marshall respondió con una línea sencilla: “Los problemas del mundo no se quedan al otro lado del océano.”
La vida de George C. Marshall demostró que el verdadero poder reside en la moderación, el servicio y el valor de decir la verdad en la sala más difícil del país.
Plan B/ De la Página de Facebook Global Wonders / 6-12-2025

