El Gran Pez

Por Walter “Cacho” Goncalves

Corría el mes de mayo del 90´ cuando una larga fila de inmensos camiones cargados con piedra volada se disponía a terminar el cierre del terraplén del Brazo Añá Cuá.

Este hecho, festejado por mucha gente ligada a la construcción de la represa de Yacyretá, para nosotros los pescadores, marcaría un antes y un después.

Era la muerte anunciada de las grandes correderas y borbollones de nuestro, hasta entonces, Paraná de selvas y cascadas.

Un año más tarde apareció uno de los últimos grandes cardúmenes de surubíes y se estacionó en el banco de arenas aguas abajo de Cañete, la isla que también iba sucumbiendo al avance del vaso del lago.

Al pasarse el dato, todos los que practicamos la pesca concurrimos a tentar a los surubíes, sin saber que iba a ser una de las últimas temporadas en dónde los grandes del río nos darían oportunidad de excelentes pescas en estos lares.

Unos kilómetros más arriba, en el entonces pueblo de Candelaria y al final de su avenida principal, se encontraba la corredera Bordón.

Un escenario de años de pesca y anécdotas de un par de pescadores viejos o de viejos pescadores: Don Juan y Don Baltuiris.

Ellos eran los hermanos Habas, quiénes acompañados por Jhonny -uno de sus hijos-, cada atardecer iban a probar suerte a las piedras de ese lugar.

En una reunión familiar, me comentaron que siempre aparecía un gran pez casi contra la costa de la corredera, que iba desde las piedras de Bordón hasta la zona de la entonces Prefectura de Candelaria.

Me dijeron que no había forma de sacarlo, puesto que varias veces lo habían enganchado y les había reventado el equipo pesado compuesto por el nylon 140 enrollado en la lata de aceite cocinero, en el que solían encarnar alguna tarucha o alguna anguila para tentar a los dorados y surubíes que abundaban en el lugar.

Ahí nomás, como en toda reunión, surgió el desafío. le propuse a los tíos probar suerte con ellos y ver si podía sacar su famoso gran pez con caña y reel.

Al otro día, me fui a “El Señuelo”, el negocio de Coco Guzmán, a ver si tenía algún nylon reforzado. Me sugirió el Triple Fish del 60, que entonces junto al Tortuga era de lo mejor que se conseguía en plaza.

Armé una caña maciza qué me había provisto Don Rolf con un reel pescador 350 al cual le cargue casi 300 metros de nylon y me fui a Candelaria.

Tal como habíamos acordado, no falté a la cita. Tipo 5 de la tarde ya me esperaban los tres en la costa, montados en la canoa y listos para salir.

Remamos unos pocos metros aguas afuera y fondeamos con una piedra a modo de ancla.

Ellos empezaron a tirar sus líneas reforzadas para ver si se prendía el famoso surubí, mientras yo por mi parte había armado mi equipo con una boya a la cual le dí un metro de brazolada empalmada con un balancín con dos anzuelos Mustang, de esos marrones como para encarnar una anguila de buen porte.

Luego un par de horas de mates plagados de anécdotas contadas por los mayores, a unos 80 metros agua bajo de la canoa, vimos aflorar en las aguas el lomo de un pez que realmente impresionaba.

Mientas tanto, yo hacía derivar casi 200 metros mi cebo y procedía a recoger y repetir la acción.

Y entrando cuando las últimas luces del sol se apagaban, sentí cómo el carretel del pescador entró a girar violentamente y me sacaba nylon a una velocidad inaudita. Intenté un cañazo que al instante me volvió a bajar la caña y siguió sacándome nylon como si nada como si nada.

Johnny, presuroso, al ver que era imposible frenarlo, cortó la soga de la piedra fondeada y rápidamente giró la canoa y remó con fuerza tras el pez que se alejaba y enfilaba hacia el remanso de Prefectura.

Después de unos minutos de pelearlo nuevamente enfiló aguas arriba, desgastando su fuerza contra la corriente. Transcurrida más de media hora, y ya próximo a la canoa, pegó sus últimas embestidas.

Pero lo más impresionante llegó cuando asomó a la superficie, mostró su lomo y vimos que no tenía menos de 2 metros. Levantarlo a la canoa fue todo un tema.

La felicitación de parte de mis mayores no fue muy efusiva y la vuelta a la costa estuvo sumida en el silencio.

Yo, sin saber que a la postre sería el pez más grande que en mi vida de pescador iba a capturar, pero también sin percatarme que a aquellos dos viejos pescadores, les había arrebatado de sus propias manos al gran pez de sus sueños.

Hoy día, la corredera de Bordón fue tapada por las aguas y los dos viejos ya partieron a pescar al remanso infinito.

El Johnny, qué se dio el gusto de sacar un manguruyú de CASI de las mismas dimensiones que mi gran pez, sigue pescando en las costas de pueblo natal y yo, escribiendo esta historia, en memoria de mis tíos Juan y Baltuiris.

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